Testimonio del ceremoniero monseñor Konrad Krajewski sobre Juan Pablo II

CIUDAD DEL VATICANO, abril de 2011

En el sexto aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II, y a sólo un mes de su beatificación, presentamos el testimonio del ceremoniero pontificio monseñor Konrad Krajewski, publicado en “L’Osservatore Romano”.

* * *

Estábamos de rodillas en torno al lecho de Juan Pablo II. El Papa yacía en penumbras. La suave luz de la lámpara iluminaba la pared pero él era bien visible. Cuando llegó la hora de la que, pocos instantes después, todo el mundo habría sabido, de improviso el arzobispo Dziwisz se levantó. Encendió la luz de la habitación, interrumpiendo así el silencio de la muerte de Juan Pablo II. Con voz conmovida, pero sorprendentemente firme, con el típico acento de montaña, alargando una de las sílabas, comenzó a cantar: “A Ti, oh Dios, te alabamos, a Ti, Señor, te confesamos”. Parecía un tono proveniente del cielo. Todos mirábamos maravillados a monseñor Stanislaw [su secretario personal nde.]. Pero la luz encendida y el canto de las palabras que seguían – “A Ti, eterno Padre, toda la tierra te venera…” – daban certeza a cada uno de nosotros. He aquí – pensábamos – que nos encontramos en una realidad totalmente diversa. Juan Pablo II ha muerto: quiere decir que él vive para siempre. Aunque el corazón sollozaba y el llanto estrechaba la garganta, comenzamos a cantar. Ante cada palabra nuestra voz se volvía más segura y más fuerte. El canto proclamaba: “Vencedor de la muerte, has abierto a los creyentes el reino de los cielos”.


Así, con el himno del Te Deum, glorificamos a Dios, bien visible y reconocible en la persona del Papa. En cierto sentido, esta es también la experiencia de todos aquellos que lo encontraron en el curso de su pontificado. Quien entraba en contacto con Juan Pablo II, encontraba a Jesús, a quien el Papa representaba con todo de sí mismo. Con la palabra, el silencio, los gestos, el modo de orar, el modo de entrar en el espacio litúrgico, el recogimiento en sacristía: con todo su modo de ser. Se lo notaba inmediatamente: era una persona llena de Dios. Y para el mundo se convirtió en signo visible de una realidad invisible. También a través de su cuerpo destrozado por el sufrimiento de los últimos años.


A menudo bastaba mirarlo para descubrir la presencia de Dios y, así, comenzar a rezar. Bastaba para ir a confesarse: no sólo de los propios pecados sino también de no ser santos como él.
Cuando dejó de caminar y, durante las celebraciones, se volvió totalmente dependiente de los ceremonieros, comencé a darme cuenta de que estaba tocando a una persona santa. Tal vez hacía irritar a los penitenciarios vaticanos cuando, antes de cada celebración, iba a confesarme, siguiendo un imperativo interior y sintiendo una fuerte necesidad de ello. Tenía necesidad de recibir la absolución para estar junto a él. Cuando se está junto a una persona santa, cuando el hombre de algún modo toca la santidad, esta se irradia en toda la persona. Pero, al mismo tiempo, se experimenta sobre la propia piel también la tentación: evidentemente al espíritu maligno no le gusta el aire de santidad. Cuando, hacia las tres de la madrugada, salí del apartamento del Palacio Apostólico, en Borgo Pio había una multitud de gente: caminaba en el silencio más recogido. El mundo se había detenido, se había arrodillado y había llorado.


Estaba quien lloraba sólo por el hecho de haber perdido a una persona amada y luego volvía a casa así como había venido. Y estaba quien, a las lágrimas exteriores, unía las interiores, que surgían del sentirse inadecuados e infieles frente al Señor. Este llanto era bendito. Era el comienzo del milagro de la conversión. En todos los días sucesivos, hasta el funeral del Papa, Roma se convirtió en un cenáculo: todos se comprendían, aún si hablaban lenguas diversas.


Estuve en contacto con el Papa por siete largos años: durante su vida, pero también cuando su alma se separó del cuerpo. En el momento de la muerte quedaron con nosotros sólo los restos mortales que se transformarán en polvo: el cuerpo se desvanece y la persona es acogida en el misterio de Dios.


Entre las tareas de los ceremonieros está también la de encargarse del cuerpo del Papa difunto. Lo hice por siete largos días, hasta el funeral. Poco después de su muerte, vestí a Juan Pablo II junto a tres enfermeras que lo habían seguido por largo tiempo. Si bien ya había transcurrido una hora y media del deceso, ellas continuaban hablando con el Papa como si estuviesen hablando al propio padre. Antes de ponerle la sotana, el alba, la casulla, lo besaban, lo acariciaban y lo tocaban con amor y reverencia, precisamente como si se tratase de una persona de familia. Su actitud no manifestaba sólo la devoción al Pontífice: para mí representaba el tímido anuncio de una beatificación cercana. Tal vez es por esto que no me he dedicado nunca a rezar intensamente por su beatificación, desde el momento en que ya había comenzado a participar.
Cada día celebro la Eucaristía en las Grutas Vaticanas. Observo cómo los empleados de la basílica y todos aquellos que se dirigen al trabajo en los diversos dicasterios y oficinas del Vaticano, los gendarmes, los jardineros, los choferes, comienzan la jornada con un momento de oración frente a la tumba de Juan Pablo II: tocan la lápida y le dan un beso. Y así todas las mañanas.


Desde el 2000 el Papa había comenzado a debilitarse cada vez más. Tenía grandes dificultades para caminar. Preparando el gran Jubileo con el arzobispo Piero Marini esperábamos que al menos pudiese abrir la puerta santa. Era casi imposible pensar en el futuro. Mientras me encontraba en las montañas polacas, una vez escuché esta afirmación: “Todavía no nos conocemos porque no hemos sufrido juntos”. Con monseñor Marini participamos por cinco largos años en los sufrimientos del Papa, en su heroico combate consigo mismo para soportar el sufrimiento. Me vienen a la mente las palabras del salmo 51: “Purifícame con el hisopo y quedaré limpio”, que se pueden entender también así: “Tócame con el sufrimiento y seré puro”.
Estar con Juan Pablo II quería decir vivir en el Evangelio, estar dentro del Evangelio. En los últimos años del servicio junto a él me di cuenta de que la belleza está siempre ligada al sufrimiento. No se puede tocar a Jesús sin tocar la cruz: el Pontífice estaba tan probado, se puede decir martirizado por el sufrimiento, pero tan extremadamente bello, en cuanto que con alegría ofreció todo esto que había recibido de Dios y con alegría restituyó a Dios todo lo que de Él había tenido. La santidad, de hecho, – como decía la Madre Teresa de Calcuta – no significa sólo que nosotros ofrecemos todo a Dios sino también que Dios toma de nosotros todo aquello que nos ha dado. El atleta que caminaba y esquiaba en las montañas ahora había dejado de caminar; el actor había perdido la voz. Poco a poco se le había quitado todo.


Antes de comenzar las exequias, monseñor Dziwisz y monseñor Marini cubrieron el rostro del Papa con un paño de seda, un símbolo de muy profundo significado: toda su vida estuvo cubierta y escondida en Dios. Mientras realizaban este gesto, estaba junto al ataúd y tenía en la mano el Evangeliario, otro signo fuerte. Juan Pablo II no se avergonzaba del Evangelio. Vivía según el Evangelio. Resolvía según el Evangelio todos los problemas del mundo y de la Iglesia. Según el Evangelio construyó toda su vida interior y exterior.


El misterio de Juan Pablo II, es decir, su belleza, se expresa muy bien a través de la oración del Papa Clemente XI que se encontraba en los antiguos breviarios: “Quiero todo lo que Tú quieres, lo quiero porque Tú lo quieres, lo quiero cómo y cuándo Tú lo quieres”. Quien pronuncia estas palabras con el corazón se vuelve como Jesús que, humilde, se esconde en la hostia y se ofrece para ser consumado. Quien hace propias estas palabras comienza a vivir con el espíritu de adoración del Santísimo Sacramento.
Siguiendo al Pontífice en los viajes apostólicos, durante los largos vuelos, me preguntaba a menudo: ¿dónde está el centro del mundo?
Trece días después de su elección, con algunos de sus colaboradores, el Papa se dirigió cerca de Roma a la Mentorella, donde está el santuario de la Madre de las Gracias. Preguntó a sus compañeros de viaje: “¿Qué es más importante para el Papa en su vida, en su trabajo?”. Le sugirieron: “¿Tal vez la unidad de los cristianos, la paz en Oriente Medio, la destrucción de la cortina de hierro…?”. Pero él respondió: “Para el Papa lo más importante es la oración”.


En mi país existe este dicho: “El rey está desnudo frente a los ojos de sus siervos”. Cuanto más comenzábamos a conocer a Juan Pablo II, tanto más estábamos convencidos de su santidad, la veíamos en cada momento de su vida. Él no oscurecía a Dios. Si quisiera indicar lo más importante para la vida sacerdotal y para cada uno de nosotros, mirándolo a él podría decir: no cubrir ni ofuscar a Dios con uno mismo sino, al contrario, mostrarlo y convertirse en el signo visible de su presencia. A Dios nadie lo ha visto, pero Juan Pablo II lo hizo visible a través de su vida.


Cuando rezaba, tuve la impresión de que se echaba a los pies de Jesús. Cuando rezaba, sobre su rostro era visible la entrega total a Dios. Era realmente transparente: era, por usar una imagen poética, como el arco iris que une el cielo con la tierra, y su alma corría por las escaleras de la tierra al cielo. Vuelvo ahora a la pregunta: “¿Dónde está el centro del mundo?”.

Poco a poco comencé a darme cuenta de que el centro del mundo estaba siempre donde yo me encontraba con el Papa: no porque estaba con Juan Pablo II sino porque él, en cualquier lugar que se encontrase, rezaba. Entendí que el centro del mundo está donde yo rezo, donde yo estoy junto a Dios, en la más íntima unión que existe: la oración. Estoy en el centro del mundo cuando camino en la presencia de Dios, cuando “en él vivo, me muevo y existo” (cfr. Hechos de los Apóstoles 17, 28). Cuando celebro o participo en la Eucaristía estoy en el centro del mundo; cuando confieso y cuando me confieso, en el confesionario está el centro del mundo; el lugar y el tiempo de mi oración constituyen el centro del mundo porque, cuando rezo, Dios respira dentro de mí. El Papa permitió a Dios respirar a través de él: cada día pasaba mucho tiempo frente al tabernáculo. El Santísimo Sacramento era el sol que iluminaba su vida. Y él, frente a aquel sol, iba a calentarse con la luz de Dios. La vida de Juan Pablo II estaba entretejida de oración. Tenía siempre entre los dedos la coronilla del rosario, con la cual se dirigía a María confirmando su Totus tuus.
Una vez, después del accidente de 1991, el cardenal Deskur llevó al Papa un recipiente con agua bendita de Lourdes y le dijo: “Santidad, cuando lave la parte que duele, deberá rezar el Ave María”. Juan Pablo II respondió: “Querido cardenal, yo digo siempre el Ave María”.

Mi tarea en la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas consiste en cuidar, bajo la guía del maestro, las celebraciones pontificias, y no en escribir artículos o preparar conferencias. Así ha sido por trece años. Después del 2 de abril de 2005, cuando alguien me pide que de testimonio de Juan Pablo II, respondo a menudo: “¡Sí, con gran alegría!”. E invito a tomar parte cada jueves en la misa frente a su tumba en las Grutas Vaticanas. Así como invito a dirigirse a la iglesia del Espiritu Santo en Sassia, donde cada tarde se recita la coronilla de la Divina Misericordia seguida del Vía Crucis. Cada jueves a la tarde se encuentran en mi apartamento sacerdotes que trabajan o estudian en Roma, religiosas y laicos. Juntos rezamos las Vísperas, oramos y nos sentamos en la mesa común. Reunirse en oración y estar juntos para reencontrarnos en el centro del mundo: esto lo he aprendido de Juan Pablo II.


No me extraña que el Papa sea beatificado en el domingo de la Divina Misericordia, si bien es una sorpresa de la Providencia el hecho de que este año coincida con el 1º de mayo. De este modo, aquel día se hablará principalmente de santidad. Benedicto XVI y Juan Pablo II transformarán aquella ocasión en un evento religioso inédito en la historia: una procesión de mayo hacia la santidad y la oración.

¿ ESTADO DE BENESTAR OU ESTADO DE MALESTAR ?

[ANTÓN NEGRO – MONFORTE]

O amor –“cáritas”– sempre será necesario, mesmo na sociedade máis xusta. Non hai orde estatal, por xusta que sexa, que faga superfluo o servicio do amor. Quen intenta desentenderse do amor disponse a desentenderse do home en canto home. Sempre haberá sufrimento que necesite consolo e axuda. Sempre haberá soidade. Sempre se darán tamén situacións de necesidade material nas que é indispensable unha axuda que mostre un amor concreto ó próximo. O Estado que quere prover todo, que absorbe todo en si mesmo, convértese en definitiva nunha instancia burocrática que non pode asegurar o máis esencial que o home aflixido -calquera ser humano- necesita: unha entrañable atención persoal”. (nº 28 Deus Cáritas Est).

 

Parece demasiado optimista Bieito XVI nesta súa 1ª encíclica sobre un Estado xusto que ¡ata pensa que pode solucionar tódolos problemas de pobreza e inxustiza!. Aínda así, sempre habería unha necesidade de atención persoal que o Estado non pode dar. Pero a realidade é que a orde estatal está moi lonxe desa xustiza que espera o Papa como imos ver a continuación en España.

 

ALGÚNS DATOS DE CÁRITAS ESPAÑOLA A PROPÓSITO DESTA CRISE

Unha ou dúas veces ó ano o Observatorio da Realidade Social (en adiante ORS) da Confederación das Cáritas Españolas publica un informe sobre o quefacer de Cáritas na atención os pobres e sobre a súa realidade. Destes informes últimos entresacamos algúns datos:

 

1º Sobre o número de persoas atendidas en Cáritas:

No ano 2007 atendeuse a 417.198 persoas desde os servizos de ACOLLIDA e ASISTENCIA, e no 2008 a 597.172 (xa en Xuño de 2008 se levaba atendido o 77,3% de tódalas demandas que houbo no 2007). As atendidas no 2010 son 1.282.000, 47.779 en Galicia (¿cantas persoas serán se lles sumamos as cargas familiares?).

 

2º. A tardanza na tramitación das axudas (ORS de Xuño 2010):

A demora para concertar unha primeira cita ou entrevista inicial nos Servizos Sociais Públicos (en adiante SSP) é de 26 días como media, case un mes e en CÁRITAS é de 5 días (un 23 % do tempo). Ademais nun terzo das Cáritas destacan que non hai cita previa e que se fai a entrevista inicial o mesmo día no que veñen a solicitar a axuda.

O tempo medio entre a primeira cita e a resposta efectiva (tempo de tramitación e xestión das respostas) é de 82 días nos SSP, case tres meses, e en CÁRITAS é de 9 días (un 11 % do tempo). As urxentes e graves resólvense no mesmo día (alimentos, medicinas e roupa -se hai menores a cargo-, pago de subministro por ameaza de desahucio, etc.). Outras, como a solicitude de formación para o emprego, levan un proceso máis longo.

O tempo que pasa entre a solicitude da RENDA MÍNIMA de INSERCIÓN (prestación considerada como un dereito) por parte dos SSP e o cobro efectivo é de 122 días como media no 2009, (de 98 días no 2008). Os beneficiarios dela en 2008 foron 58.613 e no 1º semestre de 2009 son 115.803, un incremento do 97,57% (ORS de Dec. 2009).

Sobran comentarios a estes datos.

 

3º Derivacións por parte dos Servicios Sociais Públicos

Segundo o ORS de Decembro de 2009, o 52% das persoas atendidas por Cáritas veñen derivadas dos SSP, (nunhas Cáritas o 10% e noutras o 90%). Os SSP só asumen algunhas das derivacións que Cáritas realiza, mentres que Cáritas asume case tódalas dos SSP.

E o ORS de Xuño de 2010 sinala que a DERIVACIÓN desde os SSP supoñen o 42% das persoas atendidas en Cáritas –como media-. (A experiencia ensina a non acudir ós SSP).

Feito relevante deste fenómeno é que maioritariamente a derivación é de carácter informal, o que evidencia a precariedade do sistema público. Así non queda constancia por escrito deste feito tan coñecido coma estendido. Algúns axentes de Servizos Sociais evitan así elaborar informes sociais e de derivación indicando mesmo ás persoas atendidas que non digan a Cáritas que acudiron ós Servizos Sociais Municipais.

Na derivación desde os SSP a Cáritas temos un 45 % informal, (aínda que se informa verbalmente), un 38% sen ningún tipo de información e só un 17% formalizada.

Estas persoas, ó vir “derivadas” dos SSP, entenden que Cáritas está “obrigada” a resolver os seus problemas, e descargan a miúdo a súa tensión sobre os axentes da institución, ós que esixen unha solución. ¡¡Así unha deficiencia dun sistema público, xera un dereito subxectivo ante unha entidade privada!!.

 

4º. Persoas non incluídas na atención dos Servizos Sociais

O perfil de persoas e familias EXCLUÍDAS DA ATENCIÓN dos SSP porque non encaixan nos recursos nin no funcionamento ordinarios é:

  • Non empadroados ou cun tempo inferior ó establecido para recibir axuda (6 meses ou 1 ano). Os que viven en habitacións ou pisos compartidos onde no poden empadroarse.
  • Inmigrantes en situación irregular.
  • Persoas sen fogar .
  • Persoas con problemas cronificados (enfermidade mental/crónica, drogodependentes, sen fogar…)

 

5º. ¿Que lle piden os Servizos Sociais a Cáritas? e ¿Como responde Cáritas?

Os servizos sociais municipais pídenlle a Cáritas que asuma as derivacións de casos urxentes con necesidades básicas (66%) ou que ofreza servicios para cubri-las mesmas coma roupeiros ou comedores (7%) ou ambas (27 %)

A resposta de Cáritas a estas peticións é, principalmente, asumir ditas derivacións de necesidades básicas, roupeiro e comedor.

 

CONSTATACIÓNS:

A) Vemos unha deixación de responsabilidades das autoridades civís con respecto ás necesidades primarias dos cidadáns.

B) Os SSP teñen a obriga de atender a tódolos cidadáns sen discriminacións, mentres que un grupo privado podería priorizar ou dedicarse só os do seu grupo, aínda que non sexa exemplar eticamente.

C) Socialmente e politicamente hai que concluír que a principal rede de servicios sociais e de apoio ós pobres é a que desenvolve a Igrexa, aínda que non se lle pode esixir iso nunha sociedade democrática.

D) Temos socialmente un grave problema no da responsabilidade (ou máis ben irresponsabilidade) dos cidadáns. Predomina a desconfianza institucionalizada, a necesidade de vixías e de vixías de vixías.

E) Organizar e mobilizar a todas estas persoas para que esixan os seus dereitos poñería en graves dificultades a calquera goberno.

 

EPÍLOGO:

Rematamos cun breve texto da encíclica citada ó comezo:

A misión dos fieis é, por tanto, configurar rectamente a vida social, respectando a súa lexítima autonomía e cooperando con outros cidadáns segundo as respectivas competencias e baixo a súa propia responsabilidade. Aínda que as manifestacións da caridade eclesial nunca poden confundirse coa actividade do Estado, segue sendo verdade que a caridade debe animar toda a existencia dos fieis laicos e, por tanto, a súa actividade política, vivida como «caridade social».” (nº 29).

Campaña de Manos Unidas

Con el eslogan Su mañana es hoy, Manos Unidas celebra una nueva campaña, para la que ha escogido como objetivo la reducción de la mortalidad infantil.

Ante todo, debemos alegrarnos por la perseverancia de esta organización, de sus miembros y colaboradores, que nos proponen, un año más –y serán ya cincuenta y dos–, ofrecer una ayuda real a nuestros hermanos que sufren las consecuencias de la miseria y del hambre, síntesis de las injusticias del mundo.

La bondad de sus iniciativas ha recibido recientemente un reconocimiento público extraordinario con el Premio Príncipe de Asturias. Pero nosotros la reconocemos cada año, porque percibimos cómo ilumina nuestras conciencias y nos lleva a poner en práctica las exigencias de la caridad. Cada campaña nos ayuda así en lo que constituye nuestro tesoro más personal, porque ¿qué sería de nuestras vidas sin una conciencia despierta para la verdad y las necesidades del prójimo, y sin el aliento del amor sosteniendo nuestro corazón?

No hagamos objeción de la crisis social y económica que vivimos, porque ésta no debe poner en cuestión la caridad. Al contrario, en los orígenes de nuestros problemas está sin duda el egoísmo en muy diversas formas, tales como la avaricia, elevada además a criterio de acción y de vida, el desprecio del prójimo, expresado en la mentira y la insolidaridad, o el individualismo radical, que niega el valor incluso de las relaciones más íntimas y familiares. La crisis ha de llevarnos a cuestionar, más bien, el egoísmo, que destruye la responsabilidad y la confianza, las posibilidades de la construcción económica y social. Las circunstancias que vivimos hacen más necesario para todos, si cabe, que vivamos en caridad.

La campaña sobre mortalidad infantil nos alerta de nuevo sobre graves problemas de justicia y de incumplimiento de derechos fundamentales que se dan en nuestro mundo; y nos invita hoy a un gesto de participación personal, cada uno en la medida de sus posibilidades, para hacer posible el mañana de muchos niños. Pondremos así en práctica la caridad, expresando en particular su profunda dimensión de solidaridad y de gratuidad, que ha de ser ejercitada concretamente para no quedarse sólo en palabras, lo que la haría irrelevante también para nuestra propia vida.

Las urgencias implicadas en la mortalidad infantil, que conllevan la necesidad de múltiples atenciones a las madres, pueden resonar además de modo particularmente fuerte en nuestras conciencias. Por un lado, porque los más débiles interpelan más directamente nuestro corazón. Y, por otro, porque todos en nuestra sociedad necesitamos crecer también en el aprecio y la valoración de la vida de los niños –rechazados tan masivamente a través de los diferentes medios y hasta políticas abortivas–, así como en el respeto y cuidado de las necesidades de las madres, aún cuando se planteen de modo muy diferente entre nosotros.

Gracias, pues, de nuevo a Manos Unidas por su LII campaña, por todo su trabajo y por los esfuerzos de todos los que colaboran en ella. El Señor se lo pagará. Como sabemos igualmente que bendice las manos del que da con alegría y el corazón que no se cierra a su hermano. Ya que con todo gesto de caridad lo imitamos y lo seguimos a Él, que por librarnos de la muerte se entregó a sí mismo y de cuyo amor esperamos todo.

Lugo, 17 de enero de 2011

+ Alfonso Carrasco Rouco

Obispo de Lugo

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